“Trata a un ser humano como es, y seguirá siendo el mismo. Trátalo como lo que puede llegar a ser, y se convertirá en lo que puede llegar a ser.”

Blaise Pascal

¿Os habéis preguntado alguna vez, cuántas veces acabamos actuando de igual forma que las etiquetas que nos han ido poniendo? 

Esto se conoce como “efecto Pigmalión”, y se refiere a todas aquellas creencias que tenemos acerca del comportamiento o rendimiento de otros. 


¿Qué son las etiquetas?

Podríamos decir que es la forma que tenemos para atribuir rasgos de personalidad a las personas. Es una calificación que identifica a alguien respecto a sus creencias, su carácter, sus valores… 

Pensemos por ejemplo en una madre que le dice a su hijo “mira que eres tonto”, al no doblar la ropa adecuadamente. Ese niño, la próxima vez que vaya a hacer algo por su cuenta, automáticamente tendrá ese pensamiento en su cabeza y, por tanto, se podrá sentir menos capaz de llevar a cabo la tarea en cuestión. Si va acumulando experiencias de este tipo, su autoestima se verá mermada y llegará un momento que pensará “para qué doblar la ropa, si lo hago mal” o “para qué ayudar en casa, si soy tonto”.


Riesgos de poner etiquetas

A lo largo de nuestra vida, vamos cargando con una gran cantidad de etiquetas que nos han ido poniendo, hasta el punto de asumirlas como propias e identificarnos con ellas. Cuanto más tiempo pase desde el momento en el que la etiqueta se impone, más dificultades encontraremos para liberarnos de ellas, pues estarán ya muy integradas a nuestro ser. 

Un enorme riesgo que supone poner etiquetas es el condicionar a nuestrxs hjxs y por consiguiente condicionar también nuestra forma de tratarles. Por ejemplo, imagínate una familia con dos hijxs. Los padres han creado una expectativa en la que esperan que su hija por su forma de ser ayude siempre a los demás. ¿Qué será probable que termine ocurriendo? Que estos padres, recurran a su hija cada vez que haya un problema y ella para cumplir lo que sus padres esperan de ella, se haga cargo de todo. Indirectamente, también le están mandando mensajes al hermano de no ser suficiente, puesto que su hermana lo hace mejor o siempre acuden a ella para resolver conflictos. 

Además, poner etiquetas constantemente, repercute en el desarrollo del autoconcepto. Todas las etiquetas que nos fuerzan a llevar, representan solamente una pequeña parte de nosotros mismos; cuanto más nos lo recuerden, más fácil será que olvidemos otras muchas cosas que sí hacemos bien y, por tanto, nuestra autoestima se vaya debilitando y nos cueste ver aspectos positivos de nosotros.

Otro riesgo que conlleva el hecho de cargar con determinadas etiquetas, es que nos coloca en una postura de indefensión, es decir, se caerá en la famosa justificación del “es que soy así y haga lo que haga no puedo cambiarlo”.


¿Cómo transformar las etiquetas?

Visto el poder tan grande que tienen las expectativas, podemos utilizarlo a nuestro favor, pero presta atención a tener unas expectativas demasiado altas que nuestrxs hijxs no puedan llegar a cumplir. Lo ideal sería centrarnos en cómo es y no en cómo queremos que sea, y, sobre todo, resaltar los aspectos positivos más que los negativos.

Además, es esencial centrarse en la conducta. Veamos algunos ejemplos de ello:

  • En lugar de decir “eres muy vago”, prueba con “esta vez no has podido hacerlo, la próxima vez lo harás mejor”.
  • Cambia el “eres un egoísta” por “hoy no has compartido los juguetes con tu hermano, la próxima vez seguro que lo haces”.
  • En vez de decir “no llores, que eso es de débiles”, cámbialo por “si te sientes triste, yo estoy aquí, te puedo ayudar si quieres sentirte mejor”. 
  • Cambia el “eres un desordenado”, por “ahora tienes la habitación muy desordenada”.
  • Transforma el “no seas tonto” por un “el examen no fue bien, estoy segura que el de mañana irá mejor”.

Por todo ello, es sumamente importante ser cuidadoso con el uso de las etiquetas y trabajar en la mejora de los mensajes que les transmitimos a nuestrxs hijxs desde la infancia.


Patricia Cuevas. Equipo Evolutea

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