“Hacer de un niño feliz implica que se sienta seguro y protegido, y para ello es preciso ponerle límites.”

Rocío Ramos-Paúl

Los límites son aquellas líneas rojas que no podemos cruzar, son innegociables, mientras que las normas son más bien pautas de convivencia. Los límites no se pueden saltar, pero las normas se pueden negociar. 


Una buena comunicación

La base de una convivencia feliz y segura es mantener una adecuada comunicación en casa. Para ello es imprescindible que exista escucha activa, ya que es necesario que nuestros hijos e hijas se sientan escuchados, respetados y comprendidos.

Los discursos interminables no dejan espacio para que los más pequeños se expresen libremente ni dan posibilidad de réplica. Sin embargo, si escuchamos sus argumentos y estamos abiertos a que su opinión pueda cambiar nuestro punto de vista, se sentirán tenidos en cuenta y estarán más dispuestos a cooperar. Además, rectificar y pedir perdón son ejemplos muy positivos para ellos/as.

También es importante que no señalemos los comportamientos negativos como si fueran los únicos que tienen, evitemos expresiones como “siempre” o “nunca”. Tenemos que hacer hincapié en que lo inadecuado puede ser el comportamiento, pero no el niño o la niña. Hablemos de conductas no de personas. 


Los límites justos

Los padres deben aprender a fijar límites justos. Simplemente se trata de que sean los necesarios, es decir, ni caer en la permisividad ni en el autoritarismo. Establecer los límites que aseguren su propia seguridad y también la de los demás.

Algunos ejemplos de los límites que se deben establecer en un hogar son los siguientes: 

  • En esta casa nos hablamos con respeto
  • En el coche hay que llevar puesto el cinturón de seguridad
  • Los conflictos los resolvemos sin violencia

Se trata de aspectos imprescindibles para su supervivencia y para una convivencia sana, por tanto sobre ellos no debe admitirse ningún tipo de discusión.


Establecimiento de normas

En muchas ocasiones las normas no se cumplen porque los miembros de la familia no tienen claro cuáles son esas normas. Sin embargo, resulta injusto que nos enfademos por el incumplimiento de una norma si previamente no se conoce dicha norma. Por tanto, lo primero que tenemos que hacer al establecer una norma es que ésta sea clara, concreta y consensuada, asegurándonos de que tanto progenitores como hijos/as tienen claro en qué consisten.

Nuestra recomendación es que las normas que establezcamos sean las imprescindibles y que las enunciemos de manera positiva, es decir, que digamos a nuestros hijos e hijas lo que tienen que hacer en lugar de dar órdenes negativas constantemente. Asimismo, es importante cuidar el tono de voz con el que emitimos las normas y que éste sea respetuoso. 

Para reducir el número de negativas que damos a los más pequeños en el día a día os proponemos emplear la herramienta “cuando…entonces…”. Se trata de que cuando nuestros/as hijos/as hayan cumplido con alguna norma previamente establecida, entonces será el momento en el que puedan disfrutar de alguna actividad que les resulte más agradable. Por ejemplo, si la norma es: “Cuando lleguemos a casa lo primero que hacemos es colgar el abrigo” y al llegar a casa nuestro/a hijo/a pregunta si puede jugar un rato, la respuesta será: “Por supuesto, cuando cuelgues el abrigo entonces podrás jugar”.


Riesgos de la obediencia

Finalmente nos parece importante reflexionar sobre el significado de la obediencia y cuáles son los objetivos a largo plazo que estamos persiguiendo a través de la educación que estamos dando a nuestros hijos e hijas en el momento actual. 

Si acostumbramos a nuestros/as hijos/as a cumplir las normas sin rechistar ni plantearse los motivos o la relevancia de las mismas, les estamos convirtiendo en sumisos/as. El riesgo de la sumisión es la incapacidad de decir que “no” cuando sea necesario y de poner límites a los demás.  

La obediencia tiene importantes riesgos, sobre todo en épocas como la adolescencia, en la que la presión del grupo es muy fuerte. Por ello no debemos buscar la sumisión, sino la responsabilidad y capacidad de tomar decisiones propias de nuestros hijos e hijas.


Rocío Sánchez. Equipo Evolutea

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